El cambio climático está alterando de manera acelerada los patrones meteorológicos que habían definido durante siglos la vida en Europa. Las estaciones ya no responden a su ritmo tradicional: los veranos son más largos y extremos, los inviernos más inestables, y fenómenos antes excepcionales —como las DANAs, las olas de calor o las lluvias torrenciales— se repiten con una frecuencia inquietante. Esta nueva climatología obliga a los países europeos a enfrentarse no solo a los daños materiales y estructurales que provocan estos episodios, sino también a un desafío de comprensión: el de reconocer que lo desconocido se ha convertido en norma.
Más allá de los estudios climáticos y los análisis de infraestructuras, resulta urgente una reflexión sobre las consecuencias humanas y sociales de estos desastres. Cada inundación, cada incendio, cada tormenta extrema deja tras de sí una huella invisible: la del miedo, la incertidumbre y la fragilidad percibida ante un entorno que ya no ofrece las garantías de estabilidad que dábamos por seguras. Comprender cómo las comunidades interpretan y afrontan estos fenómenos es esencial para diseñar respuestas más justas, empáticas y sostenibles.
En este sentido, los desastres naturales son también puntos de inflexión cultural y psicológico. Obligan a repensar la relación entre la sociedad y su territorio, entre el progreso y la naturaleza, entre el riesgo y la memoria. La divulgación científica, unida a la mirada social y humanista, puede contribuir a transformar la catástrofe en aprendizaje colectivo, haciendo visible que adaptarse al cambio climático no consiste solo en reforzar muros o infraestructuras, sino en reconstruir vínculos, percepciones y modos de habitar el mundo.
Esta investigación tiene como objetivo comprender cómo vivieron los niños y niñas de entre 10 y 12 años el reciente episodio de la DANA, tanto en su dimensión real —la experiencia directa del fenómeno— como en su percepción emocional y simbólica. A través de su mirada, se busca identificar los mecanismos de resiliencia que emergen ante situaciones extremas y que permiten a las comunidades sobreponerse, aprender y reconstruir sentido frente a la adversidad.
El estudio parte de la convicción de que la infancia ofrece una perspectiva esencial para entender el impacto social de los desastres naturales: los niños no solo los padecen, sino que también elaboran formas propias de interpretación, expresión y afrontamiento. Analizar esas respuestas ayuda a reconocer recursos internos y colectivos que fortalecen la cohesión, la empatía y la esperanza tras la catástrofe.
En todo momento, se garantizará la privacidad y el bienestar del alumnado participante. No se realizarán preguntas que puedan reabrir heridas, generar angustia o revivir episodios traumáticos. La investigación se plantea desde el respeto, la escucha y la contención emocional, con la finalidad de construir un conocimiento útil que oriente futuras estrategias educativas y sociales orientadas a fomentar la resiliencia infantil ante fenómenos climáticos extremos.
© Alba Pérez Pérez y Alfonso Vázquez Atochero (2025)
Soporte logístico: AnthropiQa y Universidad de Extremadura
Investigación sometida al arbitrio de la Comisión de Bioética de la Universidad de Extremadura